Cuando el turismo y las tradiciones se enfrentan, el patrimonio humano se convierte en la clave de la colaboración para una «mejor convivencia».

El patrimonio «humano» está formado por hombres y mujeres que viven y trabajan en una zona turística pero que no trabajan directamente para este sector. Tras nuestro primer artículo sobre el tema, intentaremos mostrarles dos ejemplos concretos de tensiones entre residentes y turistas en los que el conocimiento y la valorización del patrimonio humano permiten limitar los conflictos.

Cría de potros y su gastronomía en el valle de Camprodon.

Una de las tradiciones más arraigadas del valle es la trashumancia del ganado (caballos y mulas). A pesar del aumento del turismo en el valle, especialmente de las segundas residencias de los barceloneses, la cría de ganado vacuno y equino ha seguido desarrollándose adaptándose a la realidad del turismo.

Cada año, a finales de junio, los ganaderos trasladan los caballos y el ganado de Molló al Pic de Rojà, donde se conservan sus derechos de pastoreo (Tratado de los Pirineos de 1659), y donde los animales pastan de julio a septiembre. A final de mes, los propietarios van al Pico a recogerlos. La trashumancia termina en Molló, cerca de Costabona, donde esperan hasta el 13 de octubre, día de la feria de Espinavell, para la «Tria de Mulats», la separación de los potros y las yeguas.

El mantenimiento de estas actividades y la creciente importancia de esta ganadería no están exentos de conflictos entre turistas y ganaderos, sobre todo por la facilidad con la que los primeros, cuando salen de paseo, abren las vallas, pasan y no las vuelven a cerrar, lo que provoca graves problemas a los ganaderos. Este es un ejemplo típico de conflicto, pero desgraciadamente no es el único. El senderismo, en su sentido más amplio, no sólo tiene que ver con el «desarrollo sostenible» y el «respeto a la naturaleza», sino también con molestias como la degradación del suelo, la basura, la contaminación acústica, los perros que corren libremente y asustan a los animales…

El trabajo conjunto de los distintos actores del valle ha permitido fortalecer este sector. En el año 2007, los cocineros del valle concluyeron un acuerdo de colaboración con los criadores en relación con la carne de potro. El reconocimiento del valor de esta carne, así como de otros productos cultivados en el valle (trufas en particular), refuerza la oferta turística del valle y permite aumentar el número de criadores, lo que contribuye a un desarrollo más equilibrado de la región. Este trabajo conjunto ha permitido estructurar una oferta de visitas a los ganaderos y desarrollar contactos entre visitantes, ganaderos y residentes para una mejor «convivencia».

La eterna guerra del arroz de Pals en el Baix Empordà.

En la zona de Torroella de Montgrí, Pals, l’Escala… la historia del cultivo del arroz es una larga sucesión de problemas entre los arroceros y el resto de la población. El cultivo aumentó constantemente durante el siglo XVIII, pero las numerosas epidemias, los conflictos y la falta de rendimientos, así como el turismo, contribuyeron a su casi total desaparición: un camping o una urbanización son mucho más rentables que la misma superficie ocupada por los arrozales.

Sin embargo, hace unos años reapareció un pequeño grupo de plantadores empedernidos y amantes del arroz y de los arrozales, lo que les permitió recuperar una parte de la zona y, sobre todo, su reputación. Y en torno a este arroz, a su historia, se han creado una serie de productos turísticos entre los que destacan: un paseo enogastronómico entre los arrozales y los viñedos de Pals.

Esta visita de dos horas y media, organizada para grupos reducidos, tuvo un éxito inmediato, demostrando que los excursionistas están realmente deseosos de conocer a los habitantes, en su entorno cotidiano, de este universo que un día fue nuestro y que nos hace sonreír o nos conmueve.

Esta carrera hacia la naturaleza es aún más marcada desde la pandemia, y los profesionales del turismo deben integrar la valorización del patrimonio humano en sus visitas, haciéndolas más reales, más accesibles y creando vínculos.

Con estos dos ejemplos, podemos ver que una de las formas de hacer sostenible el turismo es diversificar las actividades que se desarrollan en un territorio, evitando a toda costa el monocultivo turístico que puede ser empobrecedor, ya sea desde el punto de vista cultural, profesional o incluso económico. Insistamos también en la necesidad para los actores de los diferentes sectores de la vida de un territorio de trabajar en red con el apoyo de las administraciones, las universidades, etc., tal y como puede hacer el proyecto Nattur. En efecto, los primeros contactos en torno al proyecto han puesto de manifiesto la existencia y la voluntad de las personas que trabajan cerca de los senderos de dar vida a su territorio y a sus costumbres; es en este sentido que deseamos hacer más accesible el patrimonio humano, un patrimonio que hay que valorar, ¡pero que demasiado a menudo se pierde en el olvido!